viernes, 24 de diciembre de 2010

Gran Hermano y el cinismo de la repetición de la historia.



Tengo un libro acá justamente en la biblioteca que está atrás de este mi monitor (que incluye cámara web incorporada). Un libro que en su primera página y con asombrosa maestría nomás ya afirma:

Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal se producen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y otra como farsa (*1).

Esta historia se repite una innumerable cantidad de veces, de las ficciones inspiradas en la realidad, de ficciones inspiradas en otras ficciones, de nuevas realidades creadas a imagen de ficciones, de realidad inspirada en otras realidades: esta historia nos tiene hasta el cuello con su presencia. Es la historia de una organización que controla todos y cada uno de los movimientos de personas, personas que siguen su vida según un cuento. Un cuento de amor y odio, de identificaciones compartidas, de grandes debates sobre la existencia humana. También es un cuento sobre imposiciones, de disimulación de la práctica de extracción de utilidades de los cuerpos de las masas.
Otra vez esta cosa morbosa apropiada por la televisión que le llaman “Gran Hermano” se presenta en cada monitor encendido por doquier. Putrefacta como cadáver con años de descomposición, otra vez se asoman a nuestras vidas historias de negación de lo humano de la masa televidente. Increíbles historias de futuras vedettes con cuerpos imposibles de encontrar sino en la fantasía de la imagen televisiva, machos de torsos robustos y rostros ejemplares, y personajes de peculiar contenido cerebral. Otra vez serán las historias que monopolizan las charlas comunes a lo largo y a lo ancho de este país (mientras en otros se reproducen con su producción propia de porquería). Los representados y sus historias, y los “profundos debates” que generan toman por asalto a toda la población, sin distinción de género o edad, y más importante aún, sin distinción de clase.
Hay una imagen que circula en ingles por Internet que dice algo así como “1984 no fue concebido para ser un manual de instrucciones”. En efecto, la fantástica narrativa de Orwell pareciera como si después de muchos años hubiera engendrado una serie de lectores que muy bien no sabían leer y quedaron fascinados por la composición de Eurasia y el todo poderoso “Gran Hermano”, cuya voluntad superior manda a supervisar y corregir todo lo que lo exceda. Recuerda a la lectura de Nietzche en clave nazi, o a la lectura de Marx por Stalin. En un nuevo y completamente distinto escenario pero reproduciendo sorprendentemente una trama cultural que legitima el control sobre todos y cada uno de los aspectos de la vida. Todo nos dirige al control.
Esto sumado a los debates ultra berretas que inundan las calles sobre lo que tal o cual personaje realizó en “la casa”. No se trata solamente de “pan y circo”. Es la imposición de una cultura de la anulación de la personalidad, de las características creativas de lo humano, de la serialización de televidentes. También parece ser la legitimación de una cada vez más paranoica, en palabras de David Garland, cultura del control.
Muchos autores han empezado a ver un movimiento cultural a escala planetaria que pareciera reclamar un Estado total, un Estado que olvide su “brazo izquierdo”, que se dedique a “cosas más urgentes”. Y así aparece el reclamo de un control estúpido, porque además de siniestro, es imposible de ejecutar. Hobbes como nunca es el autor de cabecera tácito, descontextualizado, de esta emergencia social de necesidad de aseguración de las variantes más insólitas de planos cada vez más profundos de la vida social. Se pide que esté ahí el Estado, no importa como, en todos y cada uno de los momentos en que uno sale hasta a comprar un chupetín, porque supuestamente hay sujetos peligrosos por doquier que pueden hacer daño a nuestra vida. Y se pide un tipo de representación del Estado específica: sus fuerzas de coerción. Así, en la vida ideal de los renegados de las velitas, habría una cantidad inmensa de policías en las calles asegurando el transitar de las clases medias blancas. Un discurso racista.
En realidad lo que se quiere proteger es el dinero. Donde el dinero peligra, las fuerzas de coerción salen a defenderlo con todo su rigor. ¿A quien puede realmente afectar el asalto a un camión blindado que transporta dinero?. Sin embargo cada vez que ocurre, ocupa largas horas en las cadenas informativas, del color partidario que sean. Incluso los robos a un banco. Además de criminalizar la pobreza y engendrar una maquinaria racista que en pocos años puede estallar como una guerra de secesión (y mientras tanto legitima la segregación territorial de los pobres), también se busca criminalizar las ofensas al dinero y al monopolio bancario fetiche dinerario.
¿A que nos lleva esto? A la búsqueda de políticas de control. 6.000 gendarmes puestos para contener la bronca de los pobres de la manera que sea. Nuevas políticas policiales puestas para desarmar protestas (presentado hipócritamente como el “desarme” de la policía, la novedad es que en realidad se va a profundizar una política concreta de desactivación de ciertas movilizaciones sociales). O las cámaras de vigilancia en distintos sectores del conurbano (Tigre, Berazategui), que cada vez más son pedidas por todos y cada uno de los que temen por la pérdida parcial de su dinero. Otra vez el gran hermano y su panóptico todopoderoso. 


QUIEN CONTROLA EL PASADO CONTROLA EL FUTURO.
QUIEN CONTROLA EL PRESENTE CONTROLA EL PASADO.
QUIEN CONTROLA EL PRESENTE AHORA?

*1: Karl Marx, El 18 Brumario de Luís Bonaparte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Dejá un comentario nomás si pinta