domingo, 16 de febrero de 2014

Si hay dependencia, que no se note

I
Habiendo pasado el redondo del 10, seguimos regodeándonos de las maravillas del progreso con imperfecciones que nos ofrece el arco de aquello que está casi todo a la izquierda de los "gobernabilitables". Los astros se regodeaban en una primera parte por la efectividad discursiva de los múltiples latiguillos posibilistas que los encausaban. Y de tanto encausar el discurso en el seno de lo posible, se fueron creando las condiciones de interpretación del futuro próximo con axiomas que vienen siendo por lo menos menos amarretes.

II
Si, por bruta simplificación de un principio básico del materialismo marxista, las formas de nuestra relación con los medios de producción determinan nuestras formas de interpretación de esa relación, todo proceso de lucha contra la explotación capitalista debería, bien que sin desatender el frente "subjetivo" o de discusión ideológica de masas, centrarse principalmente en las condiciones que permitan desnudar las características estrictamente antagónicas inherentes a cada una de las clases, cuya coexistencia se resuelve contradictoriamente con avances y retrocesos en las posiciones de cada uno.
La característica esencial e ineludible de una sociedad en donde rige un sistema capitalista de producción es que los medios de producción están concentrados (monopolizados) por una clase (la famosa "burguesía"), sumiendo al resto de la población (la inmensa mayoría proletaria y subproletaria) al intercambio alienante de su cuerpo-fuerza de trabajo (o sufrir las consecuencias de no poder venderlo) para servir en el proceso de producción a cambio de sólo y tan sólo aquello que sea indispensable para asegurar la reproducción de su productividad. Las historias de las sociedades capitalistas, sea cual fuera, suelen mostrarnos claros ejemplos de resolución de estos antagonismos, que pudiendo variar generalmente en ajustes disciplinadores, como la baja generalizada de salarios hasta la extinción sangrienta de sujetos implicados en la lucha por la resolución popular ese antagonismo también pueden resultar en la tercerización de los efectos y postergación del conflicto (mejora de las condiciones de la población local por explotación de recursos ajenos a sus límites, retroceso de la lucha obrera nacional por explotación de países económicamente colonizados).

III.
En este marco, la República Argentina, como gran parte de América Latina, viene siendo insertada mundialmente al menos desde hace al menos 40 años ya no sólo como un necesario exportador de materias primas sino también como un conejillo de indias en cuanto a políticas públicas (de seguridad, educación). Los economistas de Chicago han encontrado harta recepción y disponibilidad para su "trabajo de campo" en países como Argentina y Chile, pero lo que no deja de ser menos interesante es como incluso las formas de gobernabilidad de las poblaciones conflictivas son también materia de experimentación. Desde el Plan Cóndor hasta la interpretación policialista de los problemas securitarios (teorías de la guerra a las drogas o de las ventanas rotas, consecuente militarización de los barrios "peligrosos" y crecimiento de la población carcelaria), las intervenciones del Estado en materia de seguridad y administración de la población tuvieron siempre una fuerte vinculación con las sugerencias del establishment securitario del primer mundo casi de la misma manera que la cartera de economía fuera ocupada por embajadores de los Chicago Boys. Milton Friedman llegó al sur piloteando otro de los vuelos de la muerte.

IV
Perón se enfrentaba a una elite que se había alzado con una interpretación elitista de la cultural europea alimentándose sobre todo del capital inglés, especulado como un patrón del bien al cual debíamos adecuarnos y ajustar políticas públicas. En este contexto, la forma del enemigo se construía como un hipócrita burgués del jockey club que habla sobre la productos culturales franceses o alemanes mientras arregla su apoyo a distintas candidaturas que apoyarán sus intereses comerciales. El peronismo debió configurar una retórica capaz de unir un item social más poderoso que el de los lobbystas, con semejante poder de movilización como para justificarse su propio papel destacado en la dirección social. Lo que estaba en frente entonces era una crisis de las formas derivadas del colonialismo capitalista inglés, y un poco más errantemente, a la moralina europea del progreso elitista.
Pero a pesar de subsistir los sometimientos productivos de la mayor parte de la población, los comandantes del capitalismo y sus siervos de alguna manera se ha degradado profundamente en lo intelectual. Así como en un frente nos encontramos enfrentando las consecuencias más miserables de la degradación neoliberal (sobreponerse al genocidio, a los malentendidos y descomunicaciones, a las enemistades internas, y un largo etcétera en donde se incluyen inexorablemente cuestiones institucionales como la destrucción del sistema educativo), el "frente capitalista", a pesar de haber aumentado sus posibilidades de control de la reproducción material de las relaciones (control post-fordista de la población o nuevas formas de biopoder empresarial), ya no se esmera por intentarse productores de una cultura elevada respecto de sus explotados. En su afán de embrutecer a la población, parecieron haberse embrutecido ellos también.

Los enemigos de aquella sociedad  de posguerra (a los cuales Perón había identificado con maestría, más allá de que podamos disentir en la forma de resolución del conflicto) tenían herramientas discursivas de sobra como para justificar el relato del peronismo en clave persecutoria, máxime que efectivamente el primer peronismo intervino profundamente universidades e instituciones culturales del Estado (un contexto bastante diferente al actual) con el fin de modificar incluso los fines morales de la producción cultural y científica. Así, muchos sectores que "podían hacer" durante el liberalismo conservador de las décadas anteriores (clases medias urbanas integradas políticamente por el radicalismo, vanguardias artísticas, culturales y universitarias, más o menos desconectadas de la discusión burocrática) se vieron limitados en su poder de acción no sólo por la irrupción de las masas a la vida social, sino también por la transformación de los dispositivos institucionales en un momento de apertura a las masas.

Pero imaginemos las transiciones materiales que ha sufrido nuestra sociedad a lo largo de las últimas décadas. Si bien es algo que sucede globalmente, la hegemonía del capitalismo norteamericano penetró violentamente la estructura productiva argentina desde los años '70 y comenzaron a importarse suertes de dispositivos culturales (aún al día de la fecha) ligados a la frivolidad del éxito material en un contexto de una fragmentación fenomenalmente crítica. El éxito ya se fundamenta cada vez menos con papeles que muestren una construcción personal; el ethos neoliberal (como si se desprendiera dialécticamente de un nuevo modelo de super-hombre nietzchiano, super-individualista) se basa en el poder de aprovechamiento de los recursos proporcionados por la timba financiera y las facilidades estructurales encontradas para transformar casi mágicamente el dinero en más dinero. Casi todo todo el rubro "servicios" sirve como el gran policía del capital especulativo: soldados del capital se encuentran hoy también en los miserablemente explotados en un call-center para ofrecer las "ventajas" de distintos tipos de endeudamiento, en los miembros de la industria de marketing y la publicidad desde el minuto cero de su vinculación y los difusores mediáticos de estéticas frívolas, y también en todos los empleados nacidos de la nueva administración contable y ligados a los "recursos humanos" de la industria privada. La perpetua sujeción al intercambio periódico de los recursos comunicativos que se presentan como determinantes para la construcción de nuestra imagen pública (desde cambiar el celular para no quedarse afuera de las nuevas aplicaciones o comprar una tele con hd para ver el cable digital, pero también el acceso al automóvil, a la moto, o la disposición de ciertas drogas cumplen su función aquí como insumos de legitimación) es una herramienta imprescindible del capital, pequeñas armas dispuestas a disparar necesidades de consumo cada ve con mayor frecuencia; así nuestras formas de vida fuera del tiempo de trabajo (el ocio, la recreacion, lo que hace también a nuestros perfiles personales) están vinculadas intensamente a los vaivenes de la estructura productiva cuando el consumo tecnológico está altamente dolarizado y gobernado por avances industriales externos. Si sobre esas bases materiales de producción  y consumo se construyen nuestras relaciones de comunicación, algo de toda esa dinámica volátil e indivualizante quedará impregnada. En el post-fordismo, el obrero fuera de su lugar de trabajo no sólo puede ser un consumidor, también puede seguir siendo un productor.

El gran caballito de batalla para fundamentar la explotación de los grandes capitalistas desde el origen de sus tiempos, el factor riesgo de la inversión, fue transformado en el neoliberalismo para estructurar violentamente prácticamente todos los aspectos de la vida cotidiana. Los sectores de seguros y de control de litigios han crecido de manera fenomenal. No es sólo que sea necesario que más gente utilice automóviles individuales: además es imprescindible que consuma productos fincieros o servicios que aseguren su inversión. Dicho de otra manera, no se trata sólo de vender el producto, si no de vender las condiciones para su disfrute, lo que equivale a decir que no necesariamente los productos puedan ser consumidos con goce por si mismos, sino que a su disfrute hay que asociar toda una condición de riesgos que el consumidor querrá felizmente evitar, todo lo cual abre un campo enorme para la venta de otros productos y servicios: "las necesidades no existen, se crean" le dirán a más de un despistado en alguna entrevista para algún trabajo de telemarketer en llamadas salientes, en un brutal ejemplo de iniciación en la religión del capital.

V.
Si suponemos entonces que el kirchnerismo es un momento de la lucha de clases en donde se ve una organización algo más fuerte de los sectores populares en contra del establishment económico, sea esto ejemplificado por una mínima re-proletarización y aflorecimiento de la discusión sindical, por la revitalización de la intervención social del Estado, o también por la proyección nacional de frentes decididamente anticapitalistas como el FIT; en general, se sea o no kirchnerista. La sociedad argentina discute en las primeras planas de todos los diarios y como pocos países del mundo cuestiones como la asistencia económica universal a la población (a favor y en contra de su existencia, a favor y en contra de su forma de implementación), la regulación del comercio exterior y las formas de control sobre las grandes empresas, pero también el aborto, la legalización del consumo de marihuana y en pocas semanas será sobre una de las madres de todas las luchas, la lucha salarial. Esto pudo haber sucedido gracias al "ingenio" del "modelo nacional y popular" o también podemos entender que los explotados se fueron organizando desde finales de los '90 de manera tal que recuperaron cierto poder de iniciativa que obliga a las elites gobernantes a dar cuenta de algunos de las demandas que son imposibles de obviar.

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Lamentablemente, y mal que le pese a algunos, estos últimos años tuvieron mucho más de Amado Boudou que de Horacio Gonzalez, mucho más cercanos a una reinterpretación liberal de Frondizi que del primer plan quinquenal, y en materia de seguridad solemos escuchar mucho más a ex comisarios de Ruckauf que a progresistas afines como Saín o Arslanian. El kirchnerismo devino en una suerte de obsesión por la estabilidad, con algunos cambios inclusivos y otros fragmentadores, un aspecto que marca la gran diferencia con prácticamente todos los gobiernos de la historia argentina. Su primer gran ajuste responde no a necesidades estructurales de la economía (porque se podrían haber ensayado cientos de medidas progresivas antes que la "libre" fluctuación ascendente del dólar) sino a la satisfacción del deseo de aquellos que dicen poder generar alguna inestabilidad. Poco importaba coordinar esa política con el anuncio del plan Progresar: de hecho por el flujo devaluador de los días siguientes, los ingresos en dólares harán una diferencia superior a la inversión del plan.
Pero estabilizar también significa crear los malentendidos necesarios como para que las interpretaciones disidentes (y no precisamente el Satánico Grupo Clarín, otro de los ganadores económicos de la década) no fluyan lo suficiente, por apelar a la anulación del oponente (Durán Barba tiene sus seguidores kirchneristas en más de un barrio, universidad, sindicato y medios de comunicación, y esos si que saben penetrar capilarmente), y, en general, por no dejar construir (Proyecto X e intervenciones similares).

Mientras Evo Morales y Chavez, nos gusten más o nos gusten menos, menciona(ba) al capitalismo como uno de los grandes enemigos del campo popular, dentro del kirchnerismo viven rebrotando figuras de la UCeDé y hacen hacen cola para explicar por qué el ministro de economía no es marxista, por qué los capitalistas tienen que ser amigos de este gobierno y cómo el modelo de desarrollo con inclusión se trata de un capitalismo en serio. ¿Por qué hay que sencillamente aceptar que se renuncie al combate discursivo del capitalismo cuando para colmo de todo se sobreinsiste con la importancia de la construcción discursiva, máxime en un momento en donde sus fraseos gozan de tan buena salud?
Esta suerte momento de desarrollismo liberal con histéresis culturales del neoliberalismo pudo desplazarse de todo menos del capitalismo y peor aún, del consumismo capitalista. La revitalización del mercado interno parece no haber significado la mejora cualitativa en las condiciones de trabajo de las grandes mayorías, sino en el simple hecho maldito del consumismo: desde las llantas o un 25 hasta la cartera y un ipod, poco importa cómo se llegó hasta ahí, sino si fue pronto y dio resultado. No sólo la alimentación del núcleo familiar sirve de motivación para resignarse a condiciones dudosas de contrato, falta de aportes, horas extra, mínimos de productividad, pésimas condiciones de medio ambiente en el trabajo y un largo etcétera. La argentina se muestra toda otra vez frágil frente a las necesidades de los grandes agentes del mercado: kirchnerismo acumulado, se suma una devaluación porcentualmente semejante a la del gobierno de Duhalde, que abría  el torrente cambiario luego de 10 años de convertibilidad (1 a 3, 3 a un 8 que se parece mucho a un 9). Si hay dependencia, que no se note.