miércoles, 15 de diciembre de 2010

La furia es un don (borrador)

El don de la furia*

Los años (principalmente los últimos) hicieron olvidar a los oprimidos la herramienta más útil que pueden tener a su disposición. Es una herramienta y es un don, que por si solo no sirve de nada, como por si solo no sirve de nada un bonito libro lleno de palabras (“una ingeniosa mezcla de papel y tinta” diría un filósofo contemporáneo). La furia es la rabia, que en este estado de cosas no puede sino monopolizar nuestras impresiones sobre el mundo. Prestada a la empresa más sana, la furia es digna, es un don de insumisión y dignidad. Convierte todo el dolor de pasados perdidos y pasados extraviados, transforma tristes y trágicos presentes anteriores en próximos presentes que saludan a otro dios, al dios de la insurgencia.
Corrió mucha sangre (más bien, se han “chupado” mucha sangre) para que años más tarde su victoria, la victoria de su proceso, se imprima hasta en el más convencido de la conformidad del presente. Ahora nuestras voces dicen decir que las palabras deben acomodarse a la comodidad de su morfología inmediata, lo mismo que con los huesos y la carne, que en todos y cada uno representa, como imprime la victoria del proceso, una simple asociación entre carnes, huesos y ciertas palabras que articulan algunos intercambios con otros con quienes compartimos una morfología similar. Lo que nos une, en este orden de cosas que no puede más que inspirar rabia y a partir de eso dignidad (combinación furiosa que es un don olvidado), es lo que nos separa, porque somos unidades de carne hueso y algunas palabras en perpetua competencia por algunos hologramas que vaya usted a saber como adquirieron semejante valor.
Los hologramas son espejos donde nos miramos para ver como somos, pero que nos devuelven otra imagen distinta sin que lo podamos siquiera sospechar. Nos devuelve una distorsión, una imagen borrosa que condiciona las posibilidades de existencia a la voluntad de otra cosa que tampoco sabemos que corno es. Dicho de otra forma, esta manera borrosa de distorsionar impone una rutina sucia, una rutina que debiera darnos rabia y entonces dignidad pero que, como nos hemos acostumbrado desde edades tan tiernas a contemplarla, nos encariñamos con ella, le facilitamos la disposición de nuestra carne huesos y palabras.
Todas esas palabras vienen de otros lados, aunque se puedan distorsionar en un sentido positivo, son palabras de un presente anterior, lo cual marca la victoria del proceso. Primero por temor, luego con la fuerza de la fuerza, más luego con las rutinas que con ellas se encariñan y disponen la carne y los huesos a su mejor rendimiento. Con ellas creamos la ficción que nos devuelven los espejos y dotamos de un sentido (un sentido dentro de todos los posibles) a la conexión de los momentos. Fue nuestra sangre el pan de los dueños de las palabras del presente.
Sin embargo. Sin embargo la furia es un don. Si la rabia es digna, la furia es un don, la madre insurgencia acaba con los dolores del pasado para presentar un presente próximo lleno de otras circunstancias que pueden traer consigo el valor más valioso que hace humano a la carne hueso y palabras, que desindividualiza para encontrar prácticas compartidas que tejen otra manera distinta de pararse frente al mundo. “Ser por nuestras propias manos” le dicen en un lugar no tan lejano. Si la rabia es digna, la furia es un don, y si la furia es un don es porque las venas rugen. Y si las venas rugen, las venas que aún hoy siguen abiertas, abiertas y sangrando, abren así otros caminos que reciben otrora distantes. La furia es como un don. Madre Insurgencia, Salud!

*"El don de la furia" es una canción del afamado conjunto de rock quilmeño "Errantes"

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