lunes, 27 de junio de 2011

El laberinto de las obviedades

Somos todos los correctos y los poseedores de la verdad; por supuesto que lo somos.
Hemos llegado a este lugar para demostrarlo.
Todo tiempo pasado es la justificación de que en este momento el futuro obligatoriamente debe ser nuestro.

Todos son(mos) iguales. Somos obvios.

Los unos, los otros y aquellos.

¿Por qué la verdad es un fetiche?

El monopolio de la razón es la ambición más importante del discurso político; hay quienes poseen una gran habilidad para desarrollar argumentos convincentes, hay quienes con emular la publicidad de una licuadora lo mismo ganan.

La clase media progresista parece expresarse en términos políticos que no se mueven mucho más allá de un principio racista, que en su piedra más fundamental es el fetiche de lo exótico. Bah, la clase media más acomodada, citadina, seisieteochosesca. El "yes we can" de Obama, un negro presidente que gira algunos valores simbólicos de orden cosméticos. Acá mucho más imponente y no tan cosmético, para ser justos. Los discursos apelan a una lectura del pasado que hace una lectura poco comprometida de ciertos acontecimientos y justificación una manera de concebir las acciones ultralimitadas del presente. Ni siquiera el presente está todo hecho de buenas voluntades, basta con observar la composición de este andamiaje que después de 8 años no tiene ninguna gana de desprenderse de los aparatos (patotas, resabios del punterismo más cenil, feudos provinciales, burocracias sindicales). A su interior, como es común al interior de cada una de las otras "fuerzas", no existe crítica posible, la gran mayoría de sus adherentes cree que su conformismo es una señal de compromiso. "Yo estoy contento, por eso no digo nada". Y así se traen mensajes donde aparece la "nueva militancia" de twitter y 160 caracteres y el "me gusta" del Facebook, pero también la no tan inocente pavada payasesca estudiantil que se olvidó del capitalismo hace rato e incorporó a su lectura de la coyuntura los mismos términos del neoliberalismo. El vuelo más loco es el horizonte de un sistema de partidos donde gana el nuestro, la moralina del estado de derecho, que no es más que una forma de justificar la dictadura del dinero luego del genocidio obrero. Los setenta son "lindos", devenidos en una suerte de kitsch que adhiere entre líneas a la teoría de los dos demonios. Se llaman de izquierda pero no lo son. Y todo lo otro, hasta acá llegué. De la izquierda burocrática ya escribí demasiado antes.


La duda radical, una práctica venida a menos (si alguna vez fue "venida").