domingo, 5 de diciembre de 2010

La posada del astrónomo infortunado




Como salido de un planeta inexistente pero existente a los fines de ver especies raras a la forma humana salir, la errancia astronómica vio un nuevo hito en la oscuridad de un mismo mutante. Ya era de día pero en su noche, era de noche pero a sus ojos cuando los pájaros decían hola. De momento a momento, sus nervios colmaban su paciencia ansiosa, o su esperanza lo volvía ansioso: ni volver atrás ni ser pasado conformaban el futuro, ni el futuro podía ser sin mirar atrás no siendo pasado. Dormido como quien muere por no vivir, el caballero de la orden errante volvió a su casa para hacer los últimos llamados a los espejos que lo cubren de lo idiota, pero que lo hacen un numerario idiota más. A través de ellos se siente cerca de lo que puede ser sin llegar a tocar nunca lo mínimo indispensable para lo que la piel pueda considerar loable societalmente. Sus ojos caen, y no hay fetiches del deber ser cuando los párpados no dejan ver sino su misma existencia, el fracaso intolerable del probable genio, o el genio del perdedor mutante, haciéndose eco de su propia ruina, volviéndose un simple pedazo de carne dispuesta por sus movimientos a la ecuación más primaria de la modernidad, la extracción de supervalía, limitada a los impulsos que los movimientos de capital le puedan otorgar, en sus límites y en sus llegadas. Nunca creyó que podía ser más triste, nunca pensó que iba a ser más real, nunca la euforia se sostuvo sino sustituida por la pena radical.
A través de los momentos que hacen de la existencia un todo indivisible, los humores se contrastan e irritan sus ojos, que apuntan al cosmos. El cosmos que no puede ver sino cerrando los ojos y oídos, el único lugar que su metabolismo dejó libre a su creatividad y que atenta contra su voluntad al mismo tiempo que sirve de engranaje para ordenar opciones. Son dos momentos, dos ficciones irrealizables pero sin grises. En el medio nunca hay posibilidad de existencia. Es todo lo que creía ser sin que se lo quisieran decir, el astrónomo infortunado vuelve a si mismo y se saca algunas presiones pensando en todo lo que queda sin hacer y sin poder verse. En un momento pensará que cualquier palabra precedente ha sido una pérdida, una exposición adrede de infortunio, un nuevo momento para el ridículo que alimente los momentos más largos de los dos. Así será.

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